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Por desgracia, durante años tener o no tener una buena salud mental

se ha asociado con la sumisión a las normas sociales y de convivencia.

Carmen Valls Llobet

“Mujeres invisibles para la medicina”

El libro que hoy comentamos, LA EXTRAÑA DESAPARICION DE ESME LENNOX de Maggie O Farrell, relata como una mujer se enfrenta a una situación imprevista. Las autoridades le comunican que tiene que hacerse cargo de Esme Lennox, su tía abuela. El  psiquiátrico donde está ingresada va a desaparecer.

Cuando recibe la noticia se hace muchas preguntas, visita el centro donde está internada y se sorprende de la mujer con la que se encuentra. “No es la viejecita frágil y enferma, algo senil, la bruja de un cuento de hadas”. Euphemia, se niega a responder a este nombre: “Siempre he sido Esme, dice”.  Se muestra serena y lucida, es mayor pero no muestra signos de estar desequilibrada. 

Algo no encaja.

Una mujer encerrada desde los 16 años en un centro psiquiátrico, del que no ha salido nunca, parece coherente, sin signos de desequilibrio, la propia institución dice que está preparada para recibir el alta.  Esme Lennox lleva ingresada ¡¡ 61 años!!  y es ahora cuando puede recibir el alta. ¿A qué se debe esta premura?  Resulta que van a cerrar el centro y las “locas” ya no lo están tanto.

Iris, la protagonista del libro indaga en los archivos y lee en el informe de su ingreso que “sus padres afirmaron haberla visto con el vestido de su madre mirándose al espejo”. Esta frase da para pensar, ¿qué norma había incumplido para que se reseñe este dato en el informe de ingreso?

Nos vamos enterando que Esme era una niña poco convencional, era soñadora, no le gustaban las normas sociales…, se negaba a cumplir los roles de género que la sociedad de su tiempo imponía a las jóvenes.

Hay que seguir leyendo para descubrir que los modelos de comportamiento eran tan rígidos,  que la familia no podía permitir que Esme quisiera vivir una vida libre, que se subiera a los árboles, que leyera en los bailes sociales… Quería seguir en el colegio, tal vez ir a la universidad, ¡¡qué gran pecado!! El padre dice que para qué, “ninguna hija suya trabajará”.

Sabemos que a lo largo de la historia las mujeres que se salían de la norma, que no cumplían los mandatos de género que la sociedad les imponía, eran calificadas de locas o brujas. Los conventos eran la solución para las descarriadas de la alta sociedad, los manicomios para las pobres. Cuanto sufrimiento para las mujeres que desean vivir una vida libre de ataduras, que se saltan los roles de género.

Finalizo citando de nuevo a Carmen Valls: En función de las relaciones de poder y de lo estrictas que fueran las normas sociales, las personas (yo diaria las mujeres) que mostraban las conductas más libres en el terreno sexual o social podían ser catalogadas como locas o con dificultades mentales.

Nota: Este textolo escribí para leer en el «Club de lecturas feministas» de usera, en un acto que se enmarca dentro del #MarzoFeminista2023

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Vengar a mi raza y vengar a mi sexo

 serían una sola y misma cosa a partir de entonces.



Cuando le concedieron el Premio Nobel de Literatura 2022 a Annie Ernaux, era para mí una escritora desconocida, pero desde que empecé a ver las entrevistas que concedía decidí que tenía que leerla. El discurso que leyó al aceptar el galardón me impresionó. Comencé a leer sus libros y en ello estoy.


Decidí leer sus libros de manera cronológica. El primero publicado fue Los armarios vacios, me impresionó y ya llevo varios leídos. Es una autora dura de leer; comentaba con una amiga al respecto que hay que parar de vez en cuando para respirar.

Sea cual sea la obra de Ernaux que estés leyendo, sientes que el libro que tienes en las manos es más que una novela, es más que un relato autobiográfico. Con cualquiera de sus libros nos adentramos en la vida de la autora, en su experiencia vital, pero es también una experiencia colectiva, en tanto que lo que ella vivió siendo muy joven, le pasaba y sigue pasándole a otras muchas mujeres que ven mermados sus derechos por pertenecer a una clase social, a una etnia determinada,  por el color de su piel o debido a su país de procedencia.

Sobre Los armarios vacios dice: Así, en ese primer libro, publicado en 1974, sin que fuera entonces consciente, se encontraba definida el área en la que ubicaría mi trabajo de escritura, un área a la vez social y feminista. Vengar a mi raza y vengar a mi sexo serían una sola y misma cosa a partir de entonces. En esta obra inicia el relato, de manera descarnada, de su aborto cuando era una joven universitaria, cuando estaba prohibido. Rememora su soledad, su sufrimiento se siente en cada frase. En El acontecimiento, retoma el relato.

Por eso es tan importante leer hoy a Ernaux, porque los derechos de las mujeres se cuestionan de nuevo, porque pretenden tutelarnos y decidir quién puede o no abortar, porque quieren imponer unas normas que no son más que una demostración de poder y dominio.

Así concebí mi compromiso a través de la escritura, compromiso que no consiste en escribir «para» una categoría de lectores, sino “desde” mi experiencia de mujer y de migrante interior, desde mi memoria ya cada vez más vasta de los años recorridos, desde el presente. Esta frase de Ernaux me viene a la mente cada vez que leo las medidas que se quieren implantar en la Comunidad de Castilla y León a las mujeres que quieren interrumpir su embarazo.


¿Vamos a consentirlo? Las mujeres, las feministas, no podemos pasar por alto este ataque a nuestros derechos, no podemos permitir que ninguna mujer se vea en la necesidad de tener que justificar ante nadie por qué decide abortar.

AMIGAS

Este post lo leí el #DíaDelLibro2022

 en una actividad organizada por

@FeministaUsera

Escribir, como cualquier otra actividad, requiere un hábito, tener una rutina cotidiana ayuda. Durante años escribía en mi blog una vez por semana, era una actividad tan cotidiana que no me suponía ningún esfuerzo. He perdido la costumbre y ahora me cuesta más poner sobre el papel mis ideas, mis cavilaciones.

Lecturas Feministas


Debatir, compartir preocupaciones, dudas…, ha sido siempre muy importante para mí. En varios momentos de mi vida he tenido amigas muy cercanas con las que conversaba sobre «lo divino y lo humano», frase que por ser tópica no deja de ser cierta.

En cada caso, la comunicación con estas amigas fue intensa y dilatada en el tiempo, la relación fue siempre  positiva, todas me aportaron mucho. Con ellas pasé muchas horas charlando delante de un café o por teléfono y  la comunicación siempre fue intensa. En cada caso la amistad cesó por diferentes circunstancias, pero a todas las recuerdo con afecto, intentando olvidar los desacuerdos que nos llevaron a dejar de compartir alegrías y/o sinsabores. El cese de una amistad no debe ser nunca motivo para no valorar lo positivo de una relación. Hay que guardar lo bueno que nos aportó y, una vez analizados los contratiempos, guardar en la memoria lo que fue importante.

Son muchas las personas con las que nos relacionamos a lo largo de nuestra vida, pero sólo con algunas se da una comunicación más profunda. Visto con perspectiva, a veces incluso nos sorprendemos de haber mantenido una amistad intensa con alguien que tenía poco que ver con nuestro proceso vital,  pero que sin embargo las circunstancias posibilitaron una amistad profunda.


Vivo un momento de mi vida, que si me pongo a calificar, diría que es de una serenidad y un sosiego que hace solo unos años me hubiera parecido imposible alcanzar. Esto me ayuda a analizar las relaciones  pasadas con tranquilidad,  con distancia y a pensar en las amigas del pasado con afecto, valorando lo que me aportaron, las risas, las tarde divertidas, las confidencias…, que siempre quedarán guardadas, respetando la confianza con la que fueron compartidas.

Decía, que estoy en un momento de mi vida en que «me sonríe la suerte», por seguir con frases hechas. Son muchas las vivencias que hacen posible vivir una etapa de serenidad. Las circunstancias personales, familiares y profesionales se mezclan, tanto para enfrentar los problemas como para  ser capaces de disfrutar de lo bueno que tenemos.

A  las mujeres nos han educado para cuidar de quienes nos rodean, al extremo de que nos sentimos culpables cuando dejamos de hacer aquellas tareas que la sociedad patriarcal nos demanda por ser mujeres. Nos sentimos culpables cuando no ponemos por delante las necesidades de las personas cercanas, sin pararnos a pesar que esas tareas no son sólo responsabilidad nuestra. No importa, si como feministas, hemos analizado lo que implica el sistema patriarcal; los estereotipos de género «pesan como una losa»  que  cuesta mucho quitarse de encima y, a veces, sólo lo conseguimos ayudadas por las amigas, por la reflexión o simplemente por las circunstancias.


Por eso es tan importante la comunicación entre amigas, porque a pesar de nuestras diferencias, todas tenemos en común que la sociedad nos condiciona por ser mujeres. Todas y cada una podemos ser el espejo de la que tenemos enfrente, el esfuerzo de unas puede servir de apoyo a otras para enfrentar los condicionantes de género, para disfrutar, para vivir mejor. 

Este post lo escribí para leerlo en un evento del Club de Lecturas Feministas de Usera, enmarcado dentro del #MarzoFeminista2022. El mes anterior habíamos comentado Una Habitación propia y decidí seguir reflexionando sobre ello.

Habla Virginia Woolf de la pobreza de nuestro sexo. De forma retorica, se pregunta qué habían hecho nuestras madres para no tener bienes que dejar a sus hijas. Tal vez, dice, habían vivido una vida de derroche y de esparcimiento. Poniendo como ejemplo a la madre de su amiga Mary, concluía que difícilmente podía haber llevado una vida disipada teniendo que criar a trece hijos.

Ha pasado casi un siglo desde que Woolf reflexionara sobre la situación de las mujeres.  Hoy tenemos derechos que en aquel entonces eran impensables, tenemos formación, trabajo remunerado, podemos legar bienes materiales a nuestras hijas, pero…, me aventuro a emularla y me pregunto qué echarán en falta, qué desearían recibir en herencia, además de bienes materiales.

Virginia Woolf

¿Por qué son pobres las mujeres?, se pregunta Virginia Woolf. Vuelvo a imitar a la autora y encabezo una página escribiendo en letras mayúsculas LAS MUJERES Y LA POBREZA y veo a que me lleva…

Cuidados…, trabajo no remunerado…, afecto…, cuidado de hijas e hijos…, activismo…, colaboración…, cuidados…, amor…, capacidad de…, cuidar…, estereotipos…, tareas domesticas…, trabajos feminizados.., cuidados…

En la lista que me apareció al reflexionar imitando a Woolf, el término cuidados se repite una y otra vez, por lo que me paro a pensar si será esta la causa principal de que las mujeres vivamos situaciones de pobreza y desigualdad en mayor medida que los hombres. Dado que nadie con capacidad de raciocinio defendería hoy que las mujeres son inferiores a los hombres, dado que las mujeres actualmente tienen una formación similar a la de los varones, dado que han demostrado que ejercen todo tipo de profesiones con igual eficacia que los hombres… ¿por qué en el siglo XXI siguen siendo pobres? ¿Por qué siguen siendo ellas quienes en mayor medida se ocupan del cuidado de la familia, de hijas e hijos y de las personas mayores? ¿Por qué el trabajo reproductivo sigue siendo cosa de mujeres?

Responder y profundizar sobre estas preguntas requiere tiempo, por ello remito a otros textos. Sigo leyendo a Virginia Woolf que dice: Casi sin excepción se describe a la mujer  desde el punto de vista de su relación con los hombres…y esta es una parte tan pequeña de la vida de una mujer… Esta idea me lleva de nuevo a pensar cómo se describe actualmente a las mujeres, si se las sigue ensalzando al tiempo que se las menosprecia y se les limitan derechos.

Tenemos que reconocer que lo que denunciaba Woolf hace tanto tiempo sigue siendo una realidad, se habla de las mujeres como esposas de, madres,  hijas, abuelas…, por poner un ejemplo, se alaba la maternidad pero se penaliza a las mujeres por ser madres, o por el mero hecho de que puedan serlo. Remito de nuevo a otros escritos sobre el tema para no extenderme demasiado.  

Como he señalado antes, desde que Virginia Woolf (1929) escribiera Una habitación propia, las mujeres hemos conseguido avanzar en derechos, en oportunidades, pero aún  queda mucho por hacer y, lo que es peor, el peligro de retroceder es real. Ya lo advirtió Simone de Beauvoir: No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida.

En estos momentos vemos que  la derecha y la ultraderecha pretenden que los derechos logrados con el esfuerzo y el sacrificio de muchas mujeres desaparezcan. La palabra feminismo les molesta, pretenden ignorar que la violencia machista es una realidad en nuestra sociedad y quieren erradicar las políticas públicas que tan necesarias son.

La indignación que siento al escuchar a algunas/os dirigentes políticos, me lleva a pensar que si Virginia Woolf escribiera ahora seguiría denunciando que vivimos en una sociedad en la que los hombres siguen detentando el poder.

Finalizo preguntándome qué podemos hacer las mujeres para cambiar los roles y estereotipos que tanto nos condicionan, cómo podemos evitar las discriminaciones que sufrimos las mujeres,  la violencia machista y las agresiones sexuales, que entiendo son la consecuencia de la desigualdad estructural que vivimos.

Como feministas, ¿qué podemos las mujeres hoy legar a nuestras hijas? Antes de eso: ¿Qué significa ser feminista?

Otro día reflexionaré sobre ello.

No hay nada esencial en la biología del sexo femenino

que haga a las mujeres más aptas

 para cuidar de sus semejantes que los hombres.

Victoria Camps

«Poner los cuidados en el centro», es una frase que escuchamos a menudo pero, como sucede con los slogans que se popularizan, carece de significado concreto. Porque, ¿qué significa poner los cuidados en el centro?

Habla Victoria Camps, en Tiempo de cuidados, de la «ética del cuidado», definiéndola como «una ética alternativa a la ética racionalista, pensada por y para un individuo racional y autónomo, sujeto de derechos». La ética del cuidado es más «una ética de casos», señala la autora, que parte del supuesto de que no existen soluciones válidas para todas las situaciones, aunque sean similares. La ética del cuidado «exige flexibilidad, adaptación a los contextos, actuación desde circunstancias que no son iguales aunque se parezcan».

Esta idea sitúa el cuidado a otro nivel, piensa en cómo debe ser tratada cada persona teniendo en cuenta su realidad concreta.

Pero…, una cosa es la teoría y otra la práctica cotidiana. Leer a Victoria Camps supone ver los cuidados a un nivel tan distinto del que tenemos actualmente que cabe preguntarse si los planteamientos de la autora no son más que una utopía, una idea que queda bien sobre el papel pero imposible de aplicar. Pensamos que el planteamiento que se hace en Tiempo de cuidados, no debe ser visto como utópico, sino como una guía, como el esbozo de un nuevo paradigma al que debemos aspirar si queremos una sociedad más justa.

Los cuidados no pueden seguir recayendo en las mujeres, como citamos al principio, no hay nada en la biología que determine que ellas están más cualificadas para cuidar. Es la sociedad la que ha delimitado el papel, las tareas que las mujeres deben cumplir en la sociedad, considerando que los hombres deben hacerse cargo de las tareas productivas dejando para las mujeres las de reproducción. La división sexual del trabajo no tiene sentido en las sociedades avanzadas. Es imprescindible el reparto de los cuidados. «La ética del cuidado en una democracia es una ética de reparto de responsabilidades».  

Todas las personas tenemos derecho a recibir los cuidados pero el derecho a ser cuidadas/os lleva implícita la obligación de cuidar. De acuerdo con Camps el derecho al cuidado, como todo derecho fundamental, debe estar garantizado por el estado. «Los gobiernos deben hacerse cargo de los cuidados y hacerlo repartiendo responsabilidades, procurando que la ciudadanía asuma también sus deberes de cuidado, que corresponda en cada caso».

Dice la autora en Tiempo de cuidados que hay que avanzar hacia una sociedad cuidadora, en la que se debe cuidar con cuidado. «No hay fórmulas que indiquen cual es la mejor forma de cuidar. Cuidar consiste en ir más allá, dar algo más que lo estrictamente necesario». Resulta complicado llevar a cabo esta idea de Camps si no se modifican de forma radical las condiciones en las que hoy día se presta el cuidado, ya sea de forma remunerada o no remunerada, en especial a las personas mayores y/o dependientes.

Hemos analizado en otras ocasiones las deficiencias en la aplicación de la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia, conocemos los problemas acaecidos en las residencias geriátricas durante el confinamiento, valoramos los esfuerzos que se están realizando para salir del atolladero en el que se encuentra el sistema de atención a la dependencia y que el COVID-19 agudizó. Dada la realidad que vivimos, leer a Camps produce una cierto desasosiego, cierta desesperanza. ¿Cómo cuidar teniendo en cuenta los deseos de la persona, acompañándola en su proceso de envejecimiento pero respetando su autonomía en las condiciones que se prestan hoy los cuidados? Hay mucho que hacer, mucho que cambiar en las políticas públicas de cuidado si queremos que pasen del modelo asistencial al de acompañamiento,  si queremos caminar hacia una democracia de cuidados.

No vamos a hablar del «autocuidado», que analiza Camps, sólo apuntaremos algunas interrogantes que ella plantea. «¿Cómo entender el autocuidado para que no sea un obstáculo para el cuidado del otro?», «¿en qué medida el cuidado de sí puede entenderse como una condición necesaria para cuidar de los demás?»

Finalizamos con la pregunta que hacíamos al principio, ¿qué significa poner los cuidados en el centro? Pues cambiar de paradigma, aplicando el modelo que se plantea en Tiempo de cuidados, que no es fácil de implantar pero que sería ventajoso para toda la sociedad.

Aquí no hay viejos

solo nos llegó la tarde

Somos seres llenos de saber

graduados en la escuela

de la vida y en el tiempo

que nos dio postgrado.

Mario Benedetti

El libro de Anna Freixas, Yo vieja (Capitán Swing), ha puesto sobre la mesa un debate que me interesa mucho. Para una mujer decir «soy vieja» supone enfrentar un estigma. La edad, como cualquier otro concepto, tiene una lectura diferente si hablamos de una mujer o de un hombre. Una mujer cuando pasa cierta edad es vista por la sociedad como vieja, mientras que a un hombre de la misma edad se le considera maduro.

Hace unos días al entrar en un centro comercial, una mujer (la llamaremos Luisa) salía con un carro de la compra enorme y varias bolsas y me dijo que no entrara, que ella se lo llevaba todo. Le contesté que eso parecía por lo cargada que iba. Comentó que su hija solía hacerla la compra, pero que al día siguiente era su cumpleaños y quería comprar ella. Seguimos hablando y contó que se había separado hace tres años, lo había pasado muy mal, pero ahora estaba muy contenta, si hubiera seguido con él estaría en el cementerio. ¿Sabes cuantos años tengo? preguntó y, sin esperar respuesta, dijo que cumplía 77 años. Imagínate el valor que le tuve que echar para separarme a esta edad. Su hija le dice que ha sido muy valiente y le apoya en todo.

Me sorprendí cuando me dijo su edad, pues no aparentaba esos años. Luego reflexioné sobre el aspecto que debería tener una mujer para aparentar 77 años. Tenemos interiorizada la idea de que una mujer mayor es vieja y la relacionamos con determinados estereotipos, tanto en la forma de vestir como de comportarse, por eso Luisa no me parecía vieja, sino una mujer mayor.  

Decía en un artículo Beatriz Gimeno, que nos cuesta reconocernos como viejas porque no nos reconocemos en ninguno de los estereotipos asociados tradicionalmente a la vejez de las mujeres. Habla Gimeno de la generación nacida en los años 60, yo me sitúo en la de los 50 y no me identifico con el concepto de vieja, prefiero decir como Benedetti aquí no hay viejas, solo que llegó la tarde, una tarde cargada de experiencia para dar consejos. No obstante, ser mayor tiene innegables connotaciones en el día a día, pero hay que revisar, reformular el concepto de vejez, eliminar las connotaciones negativas que, sobre todo para las mujeres, supone llegar a determinada edad.

Dice Anna Freixas que debemos convertir la edad en una cuestión política, dar una respuesta sistémica de diversidad. Cumplir años conlleva un cambio físico que no necesariamente implica que se tenga que ver a una persona, a una mujer, como vieja. Dice que, a pesar de los logros del feminismo, ser una mujer mayor en nuestra cultura, nos sitúa en la orilla incorrecta de la estética corporal. El cuerpo envejecido es el mayor espacio de exclusión social que nuestra sociedad nos hace experimentar.

Luisa, al despedirnos, me dio las gracias por escucharla, porque ahora que vive sola no tenía con quien hablar y busca con quien charlar. Tenía ganas de conversar, pero al mismo tiempo se declaraba feliz del momento que estaba viviendo, con lo mal que lo había pasado. Yo me preguntaba, después de charlar con ella, qué sociedad estamos creando que aísla a las personas. Las mujeres, por el rol de cuidadoras que la sociedad carga sobre nuestras espaldas,  estamos acostumbradas a ofrecer ayuda a nuestro entorno, pero nos cuestas pedir y recibir y es algo que debemos aprender.

La soledad es otro problema que se acrecienta con la edad, es importante tener a quien contar nuestras penas o alegrías. La pandemia que hemos sufrido y que nos tuvo confinadas/os en casa, a la vez que evidenció la falta de políticas públicas para hacer frente a las personas mayores, puso de manifiesto las situaciones dramáticas que muchas personas mayores han vivido, también hizo posible la solidaridad vecinal, intergeneracional.

Me gustó charlar con Luisa, me pareció que no sólo había sido valiente separándose, aprendiendo a vivir de una forma diferente, me gustó que buscará con quien hablar en la calle, tenía necesidad de contar que era su cumpleaños, que se encontraba muy bien y que era feliz, ¿por qué no comunicarlo?

La insensatez nos ha llevado a que en Madrid, en plena pandemia, se afronten unas elecciones que cada día se complican más, o tal vez no, porque en estos momentos se está poniendo en evidencia, por si alguien tenía dudas, qué defiende la derecha y la extrema derecha.

No es agradable pensar que en Madrid lleva gobernando la derecha muchos años y no quiero ni imaginar que lo siga haciendo. El deterioro del sistema sanitario es evidente, la atención primaria sigue funcionando a medio gas desde comienzo de la pandemia, las instalaciones de los centros hospitalarias se descuidan. Mientras se construye un nuevo hospital, con un coste increíble, que sigue meses después de su apertura sin las condiciones para atender a pacientes de COVID, para lo que fue construido.

El personal sanitario sufre la falta de gestión y ve cómo sus esfuerzos chocan con la incoherencia de quienes tienen la obligación de facilitarles su trabajo. La candidata Díaz Ayuso insulta a las personas que se han visto en la necesidad de acudir a las llamadas «colas del hambre» diciendo que son «mantenidos y subvencionados» ¿cabe más indecencia?

El fascismo se quiere hacer ver y protagoniza episodios para salir en la prensa, una toreando, otro fumando un puro en plan cacique y finalmente faltando al respeto al resto de candidatas y candidatos en un debate de radio. Negarse a condenar las amenazas recibidas por Iglesias e insinuar que se trata de un montaje es poner de manifiesto, sin ningún tipo de filtro, su ideología fascista. Una amenaza con balas es terrorismo y debe condenarse de forma expresa, sin ningún tipo de paliativo. Las amenazas las recibieron junto a Pablo Iglesias, el ministro Fernando Grande-Marlaska y la directora general de la Guardia Civil, María Gámez. Vaya mi condena mas absoluta.

La gestión de Madrid no puede seguir en manos de quienes desprecian a las personas migrantes, que mienten sobre las/os menores que llegan a nuestro país en busca de una vida digna. El gobierno de la Comunidad de Madrid se ha olvidado de quienes van a trabajar en transporte público cada día. El hacinamiento en el metro se ha denunciado de forma constante, pero la presidenta decía que el metro es seguro porque » la gente no va abrazada».

Las residencias de mayores tenían una gestión muy deficiente, algo bien sabido, pero no se hizo nada antes ni durante la crisis. Se dejó morir a las personas mayores sin atención, sin facilitar la hospitalización, más bien impidiéndola, con las consecuencias que tan bien conocemos. Pero se responsabiliza a otros de la mala gestión, como si no supiéramos que son competencia de las comunidades autónomas. La atención a la dependencia requiere de forma urgente una gestión pública y un modelo de atención que impida que en un futuro se cometan los mismos errores.

El #4M nos jugamos mucho en Madrid, las mujeres en mayor medida, pues la igualdad de derechos y oportunidades, para quienes han gobernado estos años, en especial los dos últimos, es cosa de risa. No les ha importado que muchas mujeres se hayan visto abocadas a dejar el trabajo o reducir la jornada laboral por tener que cuidar a menores y dependientes. Que la extrema derecha no tenga el menor poder de decisión es lo que tenemos que conseguir.

Este #8M se presenta complicado. El #COVID_19 ha trastocado nuestra vida, la pandemia está haciendo que nos replanteemos algunas convicciones y que nos reafirmemos en otras. La más importante es que la reivindicación de los derechos de las mujeres sigue siendo prioritaria.

La Delegación del Gobierno de Madrid ha prohibido las concentraciones convocadas por diferentes colectivos feministas, a pesar de que se garantizaba que se cumplirían todas las medidas sanitarias. Manifestarse es un derecho, no lo olvidemos. Pero se ¡¡¡prohíben¡¡¡ las concentraciones feministas. Dicen que por «motivos de salud pública», cuando durante estos meses se han permitido manifestaciones de todo tipo en Madrid, cabe preguntarse ¿Qué tienen de diferente las concentraciones feministas en lo que a salud pública se refiere?

A menudo he citado la frase de Simone de Beauvoir “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida». La crisis sanitaria, social y económica que estamos viviendo, lo confirma, pues afecta en mayor medida a las mujeres y pone en cuestión algunos de los derechos alcanzados.

La solidaridad entre feministas es prioritaria en estos momentos en que la crisis pone en peligro los logros con tantos esfuerzos alcanzados. La derecha es cada vez más virulenta en sus ataques al feminismo. Unamos esfuerzos contra la reactivación del patriarcado, nuestros desacuerdos, legítimos e imprescindibles, no deben ser una barrera para trabajar unidas y seguir reivindicando que los derechos de las mujeres no pueden retroceder.

El confinamiento y las restricciones posteriores han supuesto una sobrecarga de trabajo para las familias, que ha recaído ¡¡cómo no¡¡¡ en las mujeres, en especial los cuidado. El cierre de los colegios y posteriormente el recorte de recursos educativos, ludotecas, actividades extraescolares, el cierre de centros de día para mayores, etc., está suponiendo una sobrecarga de trabajo que asumen, en su mayor parte como siempre, las mujeres.

Este #8M2021 exijamos corresponsabilidad en los cuidados, es decir, que los hombres y las administraciones asuman la parte que les corresponde.

Cada año escribo un post este día reivindicando el derecho de las mujeres a recibir el mismo salario que los hombres cuando realizan un trabajo de igual valor.

Han cambiado tan poco las cosas, que me limito a sugerir cualquiera de la entradas de años anteriores.

Escribí este articulo en 2013 para le revista Fanzine Imposible 7. Lo recupero hoy porque al entrar en vigor los permisos de paternidad iguales e intransferibles, se ha abierto el debate en las redes sociales sobre si es una medida que favorece a las mujeres o no.

La situación de las mujeres, con respecto a la maternidad y los cuidados, poco ha cambiado en estos nueve años y mi opinión sigue siendo la misma. Los cuidados deben ser compartidos por los hombres, y las administraciones deben implicarse con políticas públicas que favorezcan la corresponsabilidad. Queda mucho por hacer y así lo señalaba en este artículo.

Cuidar y conciliar sí, pero…. las mujeres

Introducción

Mucho se habla de la conciliación de la vida laboral, familiar y personal, pero en general se potencian medidas para facilitar que las mujeres, las madres sean las que asuman el cuidado de hijas e hijos o de personas dependientes; los hombres, los padres se quedan al margen. Cuidar de la familia ha sido tradicionalmente un trabajo realizado por las mujeres y a pesar de los grandes cambios que se han experimentado, cuidar sigue siendo «cosa de mujeres».

Se teoriza continuamente sobre la importancia de los cuidados, que si debe valorarse más, que cuidar es una tarea gratificante, que si cuidar a mayores, dependientes y bebés debe considerarse prioritario, en fin, que se debate mucho pero a la hora de la verdad poco se hace para solventar un problema cada día más acuciante.

A menudo se sigue justificando que sean las mujeres las que abandonen el trabajo remunerado de manera temporal o reduzcan la jornada laboral para hacerse cargo de las personas de la familia que necesitan cuidados, pero no se tiene en cuenta las consecuencias que acarrea a las mujeres. Como es evidente la situación es diferente si se trata de cuidar de una criatura recién nacida o de dependientes.

Maternidad/paternidad

La idea de que las mujeres, es decir, las madres, están mejor preparadas para cuidar es una explicación que no se sostiene, es un argumento esencialista. Esgrimir el instinto maternal no deja de ser una manera de naturalizar una situación que de hecho perjudica seriamente a las mujeres. Porque, ¿qué sucede con las mujeres que no son madres o las que deciden no cuidar?, ¿son menos mujeres? En alguna ocasión conocidos políticos han defendido esta idea, que es tan obsoleta y falta de fundamento que no merece la pena perder tiempo en desmontarla.

Esta pretendida defensa de la maternidad, de los derechos de las madres a cuidar de sus criaturas esconde otra realidad: la maternidad discrimina. Las madres, cuando nace una criatura, se ausentan del trabajo remunerado 16 semanas, tiempo legal de permiso de maternidad. El padre, por el contrario, solamente dispone de 2 semanas.

Esta diferencia en el permiso por nacimiento o adopción de madres y padres es la primera contradicción por razón de género que encontramos y que no tiene justificación legal. Se esgrime que es para que la madre se reponga del parto. Esto es cierto para las 6 primeras semanas, por eso son obligatorias, mientras las diez restantes puede cedérselas al padre porque son para el cuidado de la criatura recién nacida. ¿Por qué entonces los padres disponen solamente de dos semanas? Si se trata de que las niñas/os necesitan atención a tiempo completo durante un determinado periodo, ¿por qué no se facilita que los padres puedan cuidar?

Los permisos de maternidad y paternidad deben ser iguales, intransferibles y pagados al 100% para avanzar en igualdad y para eliminar la discriminación que sufren las mujeres al ser madres o por el simple hecho de que puedan serlo, es lo que se llama discriminación estadística.

Esta propuesta de permisos iguales e intransferibles y pagados al 100% es defendida por la Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles por Nacimiento o Adopción, PPiiNA. En la Proposición de Ley que dicha Plataforma ha elaborado y que se registró en el congreso en el 2012, se hace especial hincapié en que estos permisos deben ser para todas las parejas, ya que tiene en cuenta que la realidad social ha cambiado y que las parejas del mismo sexo deben tener los mismos derechos cuando tienen descendencia.

El Congreso de los Diputados ha admitido en diferentes ocasiones que esta diferencia en los permisos para madres y padres es una «disfunción en la legislación actual» y ha instado al Gobierno a que iguale los permisos de maternidad y paternidad. En la subcomisión de Igualdad del Congreso se admitió también la necesidad de igualar los permisos. ¿Por qué entonces no se amplía el permiso de paternidad? ¿Qué resistencias existen? Aunque se busquen justificaciones la realidad es que el patriarcado se resiste a permitir que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres. Defender la igualdad entre mujeres y hombres de manera teórica es fácil, es «políticamente correcto«, pero cuando se trata de actuar, la cosa cambia, comienzan las justificaciones.

«Cuando la situación económica lo permita«, es la argumentación para no ampliar el permiso de paternidad y que madres y padres no dispongan del mismo tiempo para cuidar, pero es evidente que esto no es más que una coartada para justificar que las mujeres dediquen un tiempo al trabajo remunerado, pero sin abandonar sus funciones de madres, esposas, etc.

Los datos no dejan lugar a dudas, sólo un reducido número de padres, 6,67%, piden excedencia para cuidar. De las mujeres que trabajan a tiempo parcial el 95,33% lo hacen para cuidar de hijas/os y otros familiares, el porcentaje de hombres es del 12,20%.

Vemos pues que ser madres o ser padres tiene consecuencias muy diferentes en lo que al empleo se refiere. Salarios más bajos, problemas para acceder a puestos de alta dirección, «techo de cristal», son algunos de ellos.

 Dependencia

Los cambios socioculturales que se han producido, entre los que hay que destacar la masiva incorporación de las mujeres al trabajo remunerado, unido a que la esperanza de vida es cada vez mayor, ha supuesto que el cuidado de personas mayores sea un problema. La Ley de Dependencia vino a dar respuesta a esta situación y a resolver la demanda de cuidados profesionales para las personas dependientes, pero tras diez años de aplicación, está muy lejos de cumplir las expectativas que provocó.

Analizada con perspectiva de género, la Ley de Dependencia presentaba algunos puntos cuestionables. Veamos:

Artículo 14.4: «El beneficiario podrá, excepcionalmente, recibir una prestación económica para ser atendido por cuidadores no profesionales, siempre que se den condiciones adecuadas de convivencia y de habitabilidad de la vivienda y así lo establezca su Programa Individual de Atención».

Artículo 18.1 «Excepcionalmente, cuando el beneficiario esté siendo atendido por su entorno familiar, y se reúnan las condiciones establecidas en el artículo 14.4, se reconocerá una prestación económica para cuidados familiares».

Aquí vamos a hablar de «cuidadoras familiares o informales«, dado que la mayoría de personas que cuidan a dependientes en el entorno familiar y que se acogen a esta medida son mujeres, cerca del 90%. El lenguaje sí importa.

La Ley establecía que las cuidadoras familiares o no profesionales, además de la aportación económica que se estable en función del grado de dependencia de la persona a cuidar, serían dadas de alta en la Seguridad Social, pero esta norma se suprimió con la reforma del 2012, que además de reducir en un 15% las prestaciones económicas para cuidados en el entorno familiar, establece que la Seguridad Social corra a cargo de la cuidadora y también aumenta el copago.

Para hacernos una idea de las implicaciones de estos cambios debemos tener en cuenta que las aportaciones a las cuidadoras no profesionales no llega de media a los 250 € mensuales, y siempre en función del grado de dependencia de la persona a atender. Esta prestación, que se ha dado en llamar «la paguita», vista con enfoque de género, se vio desde el principio como una trampa para las mujeres.

Tengamos en cuenta que el hecho de que una hija dedique parte de su tiempo a cuidar de su madre o de su padre se ve como lo normal, «es lo que tiene que hacer»; si ahora pagan por hacerlo… ¿Cómo va a quejarse? No importa que lo que reciba por esta tarea sea una cantidad mínima, “está cobrando”, los hombres de la familia ya pueden despreocuparse. Además, ¿Qué sucede cuando la persona a quien cuida fallece? En muchos casos abandonaron el trabajo remunerado y su reinserción es difícil, bien por edad o por falta de formación.

La Ley de Dependencia contempla también que los cuidados a personas dependientes se lleve a cabo en el entorno familiar con ayuda profesional, es decir, ayuda a domicilio. El número de horas que la Ley de Dependencia proporciona está en función del grado de dependencia reconocida. Actualmente el «Grado III: Gran Dependencia», recibe entre 46/70 horas mensuales. Es decir, a una persona totalmente dependiente, se le conceden un máximo de 70 horas mensuales, que si lo distribuimos entre 30 días vemos que recibirá 2,30 horas diarias. ¿Quién cuida las 21,70 horas restantes? La respuesta es fácil: una mujer que habrá dejado de lado parte de su vida para realizar el mandato de género que la sociedad patriarcal sigue asignando a las mujeres.

Podemos preguntarnos: ¿Por qué cuidan las mujeres?, ¿por qué las mujeres «deciden» modificar radicalmente su vida cuando la madre o el padre comienzan a ser dependiente?, ¿qué les lleva a asumir los cuidados en solitario o con las hermanas, madres, cuñadas, dejando que los hombres de la familia se mantengan al margen?

A pesar de los muchos avances en lo que a igualdad entre mujeres y hombres se refiere, la división sexual del trabajo sigue presente en la sociedad y condiciona la vida de las mujeres. Como ya hemos señalado, el «trabajo de cuidar sigue siendo cosa de mujeres«. Ante esta situación, ¿cómo compatibilizar cuidados y trabajo remunerado?

Conciliación

¿Quién no ha escuchado miles de veces que es fundamental que se implementen medidas de conciliación? Las empresas, las administraciones, las organizaciones empresariales, etc., hablan constantemente de ello, pero la realidad es que los avances son lentos y cada vez un problema más acuciante. Compatibilizar la vida laboral y familiar, no digamos ya la personal, es difícil, cuando no imposible.

Son muchas las causas que impiden la conciliación. Sin pretender enumerarlas todas vamos a señalar las más importantes. En primer lugar los horarios, la jornada partida, las largas pausas para la comida, la poca o nula flexibilidad horaria, la cultura empresarial que potencia el presentismo y hace que las horas que se permanece en el lugar de trabajo sean excesivas. Esta situación supone que al nacer una criatura sea difícil compatibilizar su cuidado con el trabajo remunerado.

Como hemos señalado los cuidados recaen en las mujeres principalmente, son ellas en definitiva las que «concilian», es decir, las que reducen su jornada laboral, se apartan temporalmente del empleo o piden ayuda a abuelas/os para cuidar a niñas y niños. En el caso de las personas dependientes cuando se tienen medios económicos se busca ayuda externa, cuando no se tienen esos medios hay pocas alternativas.

No existen soluciones mágicas para solventar la situación, pero sí está claro que es imprescindible la corresponsabilidad en los cuidados, es decir, los hombres deben asumir la responsabilidad de cuidar al mismo nivel que las mujeres, pues mientras esto no se produzca, por muchas medidas que se tomen, serán las mujeres las que concilien y ello supone un coste en lo personal y en lo profesional, que tiene consecuencias en el presente y en el futuro.

Si bien es imprescindible que los hombres se corresponsabilicen en los cuidados, no es suficiente, son necesarias políticas públicas efectivas y que tengan en cuenta la realidad que vivimos.

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