El Tribunal Constitucional avala que los colegios que segregan por sexo sean subvencionados con dinero público. El retroceso que esto supone para la educación es incuestionable. En 2012 el Tribunal Supremo rechazó esta medida por considerar que el artículo 84.3 de la Ley Orgánica de Educación (2/2006) “prohíbe expresamente en el régimen de admisión de alumnos la discriminación por razón de sexo”. No obstante, ahora los colegios que eduquen de manera diferencial a niñas y niños podrán recibir subvenciones públicas. ¿Cómo es posible esta regresión?
Reflexionando sobre el tema escribí sobre lo positivo de la sentencia del 2012: «No creo que sea necesario decir que considero que separar a niñas y niños en el aula me parezca lo menos adecuado para que unas y otros desarrollen sus capacidades, para que la igualdad de oportunidades que defendemos sea posible. Defiendo que el modelo que más puede lograr esta igualdad es la coeducación». Señalaba también la importancia de la coeducación como la mejor forma de avanzar en igualdad, me remito a lo que escribí.
Pues bien, seis años después nos encontramos con que el Tribunal Constitucional da vía libre para que las niñas y los niños no compartan aulas, que se les eduque por separado. ¿Qué decir ante el hecho de que se subvencione con dinero público una educación claramente retrograda que contraviene toda lógica? O tal vez no sea así, porque según Marina Subirats: «Educar separadamente solo tiene sentido si se parte de la idea de que cada sexo ha de tener una distinta función social, y, por lo tanto, de que mujeres y hombres no deben gozar de las mismas posibilidades». ¿Será eso lo que se pretende?
En un momento histórico en el que la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres no se cuestiona (al menos en voz alta), desagregar por sexos supone perpetuar unos valores que muchas y muchos aún recordamos cómo nos fueron inculcados en nuestra infancia.
Soy de una generación en la que la segregación era la norma. El franquismo promocionaba una educación en la que a las niñas se nos educaban para ser buenas hijas, esposas y madres. De hecho, en el índice de la «Enciclopedia Álvarez» con la que estudiábamos, vemos un epígrafe dedicado exclusivamente a los niños y otro a las niñas. Podemos leer en el indicado para niños: «Dentro de la familia, la autoridad es ejercida por el padre. Por delegación divina, el padre manda, procurando el bien material y moral de su esposa e hijos» . Parece justificado que se separara a niños y niños en el aula, puesto que lo que se pretendía era la desigualdad, el dominio del hombre sobre la mujer, el modelo de hombre sustentador/esposa dependiente.
Pero, ¿qué se pretende ahora? ¿Tal vez lo mismo?
Estamos viviendo momentos de cambios sociales importantes, uno de ellos es el que promueve el movimiento feminista, que está movilizando a la sociedad contra las agresiones machistas y reclamando un cambio en el modelo de sociedad, hasta el punto de que muchas teóricas hablan de que estamos en una «nueva ola feminista«. Las movilizaciones del #8M han sido históricas y la sentencia de la manada ha indignado tanto a la sociedad, que las calles se convierten casi a diario en un clamor en defensa de los derechos de las mujeres.
Segregar por sexo sólo supone un retroceso inaceptable. Parece que lo que pretenden es que volvamos a lo que los siguientes textos e imágenes señalan.