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Posts Tagged ‘Sanidad y cuidados’

No hay nada esencial en la biología del sexo femenino

que haga a las mujeres más aptas

 para cuidar de sus semejantes que los hombres.

Victoria Camps

«Poner los cuidados en el centro», es una frase que escuchamos a menudo pero, como sucede con los slogans que se popularizan, carece de significado concreto. Porque, ¿qué significa poner los cuidados en el centro?

Habla Victoria Camps, en Tiempo de cuidados, de la «ética del cuidado», definiéndola como «una ética alternativa a la ética racionalista, pensada por y para un individuo racional y autónomo, sujeto de derechos». La ética del cuidado es más «una ética de casos», señala la autora, que parte del supuesto de que no existen soluciones válidas para todas las situaciones, aunque sean similares. La ética del cuidado «exige flexibilidad, adaptación a los contextos, actuación desde circunstancias que no son iguales aunque se parezcan».

Esta idea sitúa el cuidado a otro nivel, piensa en cómo debe ser tratada cada persona teniendo en cuenta su realidad concreta.

Pero…, una cosa es la teoría y otra la práctica cotidiana. Leer a Victoria Camps supone ver los cuidados a un nivel tan distinto del que tenemos actualmente que cabe preguntarse si los planteamientos de la autora no son más que una utopía, una idea que queda bien sobre el papel pero imposible de aplicar. Pensamos que el planteamiento que se hace en Tiempo de cuidados, no debe ser visto como utópico, sino como una guía, como el esbozo de un nuevo paradigma al que debemos aspirar si queremos una sociedad más justa.

Los cuidados no pueden seguir recayendo en las mujeres, como citamos al principio, no hay nada en la biología que determine que ellas están más cualificadas para cuidar. Es la sociedad la que ha delimitado el papel, las tareas que las mujeres deben cumplir en la sociedad, considerando que los hombres deben hacerse cargo de las tareas productivas dejando para las mujeres las de reproducción. La división sexual del trabajo no tiene sentido en las sociedades avanzadas. Es imprescindible el reparto de los cuidados. «La ética del cuidado en una democracia es una ética de reparto de responsabilidades».  

Todas las personas tenemos derecho a recibir los cuidados pero el derecho a ser cuidadas/os lleva implícita la obligación de cuidar. De acuerdo con Camps el derecho al cuidado, como todo derecho fundamental, debe estar garantizado por el estado. «Los gobiernos deben hacerse cargo de los cuidados y hacerlo repartiendo responsabilidades, procurando que la ciudadanía asuma también sus deberes de cuidado, que corresponda en cada caso».

Dice la autora en Tiempo de cuidados que hay que avanzar hacia una sociedad cuidadora, en la que se debe cuidar con cuidado. «No hay fórmulas que indiquen cual es la mejor forma de cuidar. Cuidar consiste en ir más allá, dar algo más que lo estrictamente necesario». Resulta complicado llevar a cabo esta idea de Camps si no se modifican de forma radical las condiciones en las que hoy día se presta el cuidado, ya sea de forma remunerada o no remunerada, en especial a las personas mayores y/o dependientes.

Hemos analizado en otras ocasiones las deficiencias en la aplicación de la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia, conocemos los problemas acaecidos en las residencias geriátricas durante el confinamiento, valoramos los esfuerzos que se están realizando para salir del atolladero en el que se encuentra el sistema de atención a la dependencia y que el COVID-19 agudizó. Dada la realidad que vivimos, leer a Camps produce una cierto desasosiego, cierta desesperanza. ¿Cómo cuidar teniendo en cuenta los deseos de la persona, acompañándola en su proceso de envejecimiento pero respetando su autonomía en las condiciones que se prestan hoy los cuidados? Hay mucho que hacer, mucho que cambiar en las políticas públicas de cuidado si queremos que pasen del modelo asistencial al de acompañamiento,  si queremos caminar hacia una democracia de cuidados.

No vamos a hablar del «autocuidado», que analiza Camps, sólo apuntaremos algunas interrogantes que ella plantea. «¿Cómo entender el autocuidado para que no sea un obstáculo para el cuidado del otro?», «¿en qué medida el cuidado de sí puede entenderse como una condición necesaria para cuidar de los demás?»

Finalizamos con la pregunta que hacíamos al principio, ¿qué significa poner los cuidados en el centro? Pues cambiar de paradigma, aplicando el modelo que se plantea en Tiempo de cuidados, que no es fácil de implantar pero que sería ventajoso para toda la sociedad.

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Los hospitales públicos «permiten» que una persona de la familia permanezca tanto de día como de noche durante la hospitalización. Digo permiten porque no hace tanto tiempo que las visitas hospitalarias se limitaban a unas horas al día, salvo casos de extrema gravedad. Es evidente que para una persona enferma estar acompañada es positivo, el apoyo emocional es muy importante, sobre todo cuando se trata de personas mayores que requieren de una atención constante. Pero atender en el entorno hospitalario plantea una serie de problemas que merece la pena analizar.

Hospitales públicos

.- En primer lugar, el cuidado familiar en los hospitales recae mayoritariamente en las mujeres. Es cierto que cada vez se ven más hombres cuidando, pero aún son minoría y cuando lo hacen es más como visita que como cuidadores permanentes. Es decir, se puede afirmar que los roles de género siguen presentes en esta tarea que muchas veces provoca situaciones difíciles; el agotamiento físico, emocional o psicológico se puede apreciar paseando por una planta de geriatría, en la que las estancias hospitalarias suelen ser de larga duración.

Permanecer en una habitación compartida con más pacientes y su familias ya supone un esfuerzo de adaptación importante, si a ello añadimos tener que dormir en un sofá o tener que estar pendiente durante día y noche de que la persona hospitalizada permanezca tranquila, implica un sobreesfuerzo que cualquiera que lo haya vivido, aunque sea sólo un día, conoce lo que esto implica.

.- En segundo lugar, el cuidado familiar supone para el hospital prescindir de personal, pues la familia se ocupa de muchas tareas que deberían ser cubiertas por la institución sanitaria, ser realizadas por las/os profesionales del centro. En el caso de personas que no pueden moverse, que permanecen en cama, son muchas las funciones que desarrollan las familias. Darles  de  comer, estar pendientes de que no adopten posturas inadecuadas, llamar al personal sanitario, tranquilizarles y sobre todo darles afecto.

Como siempre que hablamos de cuidados, sabemos que es gratificante prestar el apoyo necesario a las personas cercanas, sentir que estás atendiendo a una persona a quien quieres, para quien deseas que transcurra su estancia en las mejores condiciones; pero, indudablemente, también es un sufrimiento ver cómo sobrellevan la estancia hospitalaria y cómo se deteriora la persona a quien se cuida. A ello hay que añadir que cuando se trata de personas mayores, la tensión a menudo ya se viene sufriendo desde casa y se agudiza en el hospital.

La escasez de personal ha sido denunciada por los diferentes colectivos de médicas/os y de enfermería, pero en ningún caso se habla del apoyo que prestan las familias dentro del hospital. Resulta, cuando menos curioso, que no se hable nunca del cuidado familiar dentro del hospital, siendo evidente que este cuidado es en estos momentos imprescindible. ¿Qué pasaría ahora mismo si no se permitiera (como sucedía hace años) que una persona permaneciera cuidando en el hospital?  Evidentemente sería imprescindible más personal para que realizara las tareas que ahora realiza la persona que cuida.

.- En tercer lugar hay que analizar el trato que reciben las personas que cuidan, que como hemos señalado, sin ellas el deterioro de la atención hospitalaria sería evidente. Es complicado hablar de cómo el personal sanitario trata a las familias, a las mujeres que cuidan. Es evidente que siempre hay personas que son amables, que tienen en cuenta la situación y que al menos no son desagradables, lo que por desgracia no sucede en muchas ocasiones. La médica o el médico correspondiente ni te mira,  pareces invisible, no responde a tus preguntas o lo hace con condescendencia; te informa como si lo que le pasara al enfermo/a no fuera contigo.  Lo mismo sucede con la enfermera/o, no escucha cuando le comentas lo que le está pasando a la persona que cuidas y te contesta, cuando se digna, que todo lo que se está haciendo no es más que «seguir el protocolo».

Podría llenar una página con los errores que se pueden cometer por no tener en cuenta las condiciones previas al ingreso del/la paciente. No voy a hacerlo porque considero que el personal sanitario  está sometido a fuertes presiones y creo que en conjunto la atención médica en nuestro país es buena  «a pesar de los pesares”. Pero escribo para buscar soluciones.

Los cuidados en el entorno hospitalario vienen a suplir las deficiencias del sistema, ¿por qué entonces no se habla de ello? ¿Por qué no se acepta la realidad y se tiene en cuenta que hay personas, mujeres, que permanecen cuidando día y noche? ¿Por qué no se les escucha cuando señalan cómo ven a sus familiares, puesto que tienen larga experiencia en su cuidado? No pretendo decir que la familia tenga que opinar sobre cuestiones estrictamente médicas, la cuestión es más lógica y más sutil, se trata de establecer un dialogo, de que escuchen tu opinión sobre lo que sabes del día a día de la/el paciente.

Los cuidados son cosa de mujeres, lo hemos señalado en diferentes ocasiones, lo ideal, lo correcto, sería que el sistema sanitario cubriera todas las necesidades médicas y humanas de la persona hospitalizada y que la familia llevara al centro hospitalario el afecto que la enferma o el enfermo necesita. Pero dada la falta de personal sanitario actual, parece complicado que a corto plazo esto sea posible, mientras tanto, humanicemos el trato hacia las familias que cuidan y que desarrollan una actividad imprescindible.

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